Bretaña: la recortada abruptamente por el mar o la de los verdes bosques, aquélla de tradiciones célticas o de dinámicas ciudades, la punta extrema de Europa sigue cultivando su variedad de encantos y contrastes.

Bretaña: la recortada abruptamente por el mar o la de los verdes bosques, aquélla de tradiciones célticas o de dinámicas ciudades, la punta extrema de Europa sigue cultivando su variedad de encantos y contrastes.

asas de pizarra del departamento de Ille-et-Vilaine, macizas construcciones del Finisterre ancladas en la tierra para resistir los ataques del viento, bosques hechiceros, landas y playas doradas o recintos parroquiales de la región de Léon cargados de misterios. No existe una sola Bretaña sino múltiples. La Bretaña del mar que golpea desde la noche de los tiempos sobre el morro retorcido del Finisterre o que se detiene en las complejas corrientes del golfo de Morbihan contorneando islas deliciosas, la de los bosques rezumantes de leyendas, la de los calvarios de granito erguidos en campos de colores tornadizos, la de las cofias blancas y los cantos célticos transportados por el viento de la historia, la de los megalitos1, que desde hace miles de años han permanecido quedos y mudos, conservando todo su misterio...

Tierra romántica donde las haya, patria del escritor Chateaubriand (1768-1848), hoy conjuga el talento de gentes y lugares en todos los tiempos del turismo. No nos equivoquemos, Bretaña ha evolucionado de manera formidable: festivales, hostelerías, senderismo, circuitos insólitos, modernos centros de veraneo y descanso, enclaves culturales y gastronómicos se prodigan ahora en las rutas de vacaciones. Bretaña ha sabido responder a las exigencias de los tiempos modernos, al igual que siempre supo hacerlo a las olas que esculpieron sus 1.700 km de costas, favoreciendo comercio, pesca y turismo.

Algunos refranes traducen la alternancia de frío y calor que deja caer un cielo de personalidad versátil. Uno de ellos dice que "en Bretaña se pueden ver las cuatro estaciones en el mismo día". La hermana mayor de la región Pays de la Loire (remítanse a Label n° 18), que parece apropiarse del estuario nantés, también se sitúa bajo un signo de agua. Con 640 kilómetros de ríos y canales, la región ofrece un sinfín de posibilidades para la navegación fluvial de recreo. Una buena razón para descubrir esta Bretaña líquida, paraíso de pescadores, es que ahora se puede recorrer tranquilamente la antigua ruta de las invasiones que ha moldeado el alma vagabunda de los habitantes.

Entre las ciudades fortificadas de Saint-Malo y Arzal vía Dinan, Rennes, Redon y la ciudad encajonada de La Roche-Bernard; en el canal de Nantes a Brest vía Pontivy y el castillo de Josselin tras una asombrosa sucesión de esclusas (no menos de 105); finalmente, en el Blavet, navegue entre Pontivy y Lorient, entre Carhaix y Port-Launay vía Pleyben y Châteaulin El Comité de promoción de canales bretones y de vías navegables de Bretaña Oeste publica con regularidad una guía de estos circuitos fluviales bordeados de árboles centenarios, estanques, pantanos y moradas ancestrales.

La Bretaña interior, que la agricultura moderna ha modificado considerablemente extendiendo hasta el infinito sus largas cintas de campos de cultivo, vive al ritmo del siglo XX. Hasta tal punto que nos ensoñaremos ante los sotos intactos donde se incrustan aún junto a los bosquecillos esas macizas casas grises rematadas de pizarra, esos caserones de rancio abolengo. En el país del mar (Ar mor en celta), como contrapunto de acantilados, bahías, cabos, rocas de hosco granito o de gres brillante, la landa ha extendido su moqueta silvestre, salpicada aquí y allá del bravo amarillo de las aliagas y de las matas rosadas de brezo. Del inmenso bosque original, Bretaña no ha conservado más que algunos islotes que justifican todavía el término de Ar goat, el país de los bosques2. Esta mezcla de encantos sigue haciendo de esta tierra, que durante tanto tiempo permaneciera independiente3, una de las primeras regiones de Francia en lo que a turismo se refiere.

El deseo de volver a los orígenes ha encontrado en Bretaña la tierra ideal para festivales y recorridos patrimoniales, ya sean de la zona alta, donde pronto dominó la lengua francesa pero sigue cohabitando con el dialecto galorromano que aún se escucha tras de los setos, o bien de la Baja Bretaña, esa Bretaña profunda donde cerca de una tercera parte de la población sabe o practica todavía la lengua original, conservando vivas las tradiciones.

Al ritmo de los festivales célticos


El flujo turístico no permanece hoy al margen de las grandes citas de la historia celta que hacen resonar binious (gaitas bretonas) y bombardes (especie de oboes cortos) en el festival de Cornualles en Quimper, en julio, en el festival intercéltico que se celebra en Lorient durante 10 días cada mes de agosto para un himno grandioso y truculento en fraternidad musical con escoceses, irlandeses, galos y otros celtas...

El festival de los Océanos, creado en 1988 en Lorient, mezcla conciertos, exposiciones y espectáculos de danza con animaciones literarias y cruceros donde se relatan cuentos, en el río Etel o en el mar. Sin olvidar el festival internacional de Auray, las fiestas históricas de Vannes que pueblan las calles de trovadores, las de Luz y Sonido que rescatan leyendas y las representan al pie de la antigua muralla de Largoët, las de las "tombées de la nuit" (atardeceres) de Rennes que congregan a decenas de millares de visitantes poniendo en evidencia que la capital de Bretaña es una de las ciudades más dinámicas de Francia.

En la época estival toda Bretaña vive su apogeo: en el festival de Art Rock de Saint-Brieuc, la Fiesta del canto marino y del barco tradicional de Paimpol, que saca a la luz los brillos oxidados de los aparejos antiguos, el festival internacional de danza de Châteauneuf-du-Faou, el festival de las minorías nacionales de Douarnenez... Y olvidamos sin duda muchos otros que ustedes habrán de descubrir...

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